VESTIGIO


VESTIGIO
No recuerdo exactamente
quién fue el que, sin pretenderlo,
me hizo volver a pensar en ello.
No recuerdo muy bien qué hora era
cuando me llamó para pedirme
el número de teléfono de alguien,
no sabría decir quién.

Abro mi agenda y le doy ese número,
luego colgamos y podría muy bien
haber olvidado todo esto,
pero quedo con ella en la mano
abierta por la letra “p”. Allí,
tras un par de nombres,
está escrito “papá” en el margen izquierdo
y a la derecha un número de teléfono.
El último vestigio de algo. Un número
que no existe, acaso
para una persona tan ajena a mí
como esa que pasa ahora por la calle.
Ese hombre tampoco existe, murió hace ya
algún tiempo, mas pervive en mi memoria
y en mi agenda (con su número de teléfono y su
domicilio propio) y en todas esas cosas que
aún se me hacen tan extrañas: los papeles
que llevan un membrete con sus iniciales,
las cartas que siguen llegando
a su nombre y algunos de sus objetos personales
condenados por siempre a la inutilidad.

Al fin cierro la agenda y la vuelvo a colocar en su sitio.
Tal vez debiera ya de arrancar la página.
Un día de estos lo haré.

DATOS DEL POETA: Este poema apareció hace unos años en Política de hechos consumados, una recopilación de relatos, monólogos y poemas del cantautor Nacho Vegas.

COMENTARIO: El comentario de este poema solo va a estar formado por el fragmento de un relato, El ángel Simón, que añade en dicho libro y por instar a la escucha de su canción homónima.

Hay una funeraria en una calle del centro de Gijón. Creo que lleva allí incluso desde antes de que yo naciera, lo cual ocurrió en 1974. Cuando eran un crío y cruzaba con mi padre por delante de ella, él siempre gastaba la misma broma.
-Agáchate -me decía- ¡Rápido, agáchate!
Siempre me pillaba por sorpresa, y yo me agachaba.
-Es para que no te tomen las medidas- decía sonriendo.
En 1994 mi padre tenía 48 años. Murió una noche de verano mientras dormía. En aquel momento de su vida se encontraba solo y completamente arruinado.



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