LAS COSAS DEL CAMPO

Las cosas del campo

   Cuando florecen las encinas hay que temblar. Se anuda la delicia en la garganta. Hay un estremecimiento y el árbol comienza a vestirse, y toda aquella dureza, se expresa en purísimo temblor, en goterones de ternura que la llenan toda, que la ponen como llovida de belleza, enmelada, soñadora, sauce sin río en el monte, con toda la fuerza de la encina y la melancolía del sauce.
   Las encinas no se conocen a sí mismas cuando florecen. Componen una figura patética en el paisaje y teme uno que ni los pájaros ni los viandantes las tomen en serio y les suceda como a los gigantes enamorados que pierden el tino y el peso.
   Luego quisiera uno guardar el momento, conservar el temblor, detener el fruto y quedarse para siempre bajo tanta gracia y brío. Pero las noches de primavera suelen destemplarse y no se puede prolongar el crepúsculo bajo una encina florecida. Vendrá el relente y nos herirá la espalda y habremos de abandonar tanta hermosura a la noche.

DATOS DEL POETA: Poeta español nacido en Antequera (Málaga). Estudia Derecho en la Universidad Central de Madrid y en 1929 publica Versos de retorno. Gracias a este libro, se relaciona con los poetas Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas, Luis Cernuda y Leopoldo Panero. Con éste último funda la Nueva Revista.  En 1934 conoce a Dámaso Alonso, Pablo Neruda, Vicente Aleixandre, Miguel Hernández y García Lorca. A comienzos de 1936 marcha de nuevo a Cambridge, donde es nombrado lector de español, y visita en su residencia londinense a T.S. Eliot, profundizando en el conocimiento de la poesía inglesa. En 1939 regresa a España. En 1942, se publican los Sonetos de amor por un autor indiferente, y un año después Abril del alma. En 1945 publica un libro fundamental, Historias de familia y en 1951 se traslada a Madrid, donde publica la que muchos consideran su obra maestra en prosa, Las cosas del campo (1951). Dirigió junto a Alfonso Canales, Papel Azul, suplemento de la revista Gibralfaro, y colaboró en la revista poética gaditana Platero. En 1954 publica Cantos a Rosa y tres años después uno de los libros en prosa más bellos de cuantos han salido de su pluma, Las musarañas. Más tarde, Lugares del corazón (1962), Coplillas (1966), Salmo (1970), Antequera, norte de mi pluma (1977) y en 1992, Amigos y maestros, sus memorias literarias. Poeta amante del equilibrio, fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía (1998) por Objetos perdidos, y con el Premio Reina Sofía de Poesía (2002).  © epdlp


COMENTARIO: Nos pasan desapercibidas muchas cosas del campo. Urbanitas o simplemente ignorantes de lo que nos rodea. Estos días de campo, que por estos lares conocen bien, no está mal recordad el poemario completo de este autor. O, como mínimo, tomar en serio estas encinas, aunque por la noche debamos abandonar la hermosura -nosotros urbanitas o ignorantes.

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